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pablo


Pablo Jiménez 


Ganador del 17é Premi Tardor de Poesia, con el trabajo Figuraciones, cuadros de una exposición.


Muchacha con velo azul sobre fondo azul

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Tal vez
la precisión es solo una manera
de aproximarse a lo impreciso, esa
levadura que empreña la masa en que se funda
toda certeza. Exactitud
es solo una palabra. ¿Es cielo el velo
o viceversa? Donde el rostro acaba
¿acaba la verdad
del pintor?

La muchacha
tal vez nos mira, especulamos
su nombre, su belleza
atrapada en el agua del excesivo azul,
súbitamente un pozo sin brocal
donde lo literario sería suicidarse.
Pero hay límites
que de ordinario valen para seguir viviendo:
el bastidor al que se fija el lienzo,
la pared anodina
que desvincula un cuadro de otro cuadro,
la tos de uno que pasa. Se diría
que los confines son coartadas
para escapar de una visión herida
y poder luego
volver con la inocencia de otros ojos.

Tal vez ahora no nos mira
la muchacha, ni existe. Fondo y velo
secuestran su mirada y nos sentimos
ausentes como ella, quizá náufragos
de tanto azul ubicuo. Pero es solo
un espejismo. Bastaría
pestañear para mirar de nuevo
y ver a la muchacha y suponerla.
Y sería verdad y no sería
verdad.

¿Donde se oculta
la luz cuando bromea,
dónde la buscan torpemente
los ojos? ¿Quién decide
las reglas, los obstáculos,
los humillantes límites? ¿Quién tiene
poder sobre los mares del silencio
donde el pensar inquieto se articula?

Porque las alas
y el tiempo de las alas de una misma
inmateria proceden, necesito
la brida de los límites para saberme libre,
inabarcable en el espacio
fingido del pintor que no me miente
más de lo que le mienten estos ojos
con los que estoy mirándole.
Tal vez
la verdad es huidiza
porque su nombre es No.
Como mi nombre.

 

Tres estudios para figuras al pie de una crucifixión (Francis Bacon, 1944)

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1 

De la violencia extrema a la caricia

media un suspiro. La maldad convive
sin duelo con las lágrimas y cabe
la piedad en el filo más acerbo del odio.
El caudal de la sangre
acarrea contarios en su estricta clausura
sin preguntar jamás qué miradas conduce.
Viejo desde lactante,
el hombre es un vilano en el ciclón del tiempo,
llaga viva y mortal errando a ciegas
por el embuste cruel del albedrío.
Necesita de afecto como de luz el caos;
transcendente y efímero, no es sino
pura necesidad el hombre. Datan
dos interrogaciones el curso de su vida
y la respuesta es negro sobre negro.
Todo hombre es inocencia.
Y toda fe suicidio.

2

Remonta el animal
la perversión de su pereza cuando
nos mira sin saberlo. Entonces piensa
casi como nosotros y deduce
cuán blanco es el instinto
y cuán invulnerable. Se diría
que descree de la madre y nos comprende.
Pero es solo el cristal de nuestros ojos
mirando al animal quien conjetura
ante la burda imagen que devuelve el espejo.
Además de los ojos,
¿qué otra excelsitud de nuestra milagrosa
corporeidad nos miente:
la vana espera de las manos,
la insensata impaciencia
de los pies? Procedemos
de un hogar cimentado en el olvido
y viajamos sin rumbo a un destino improbable.
Moléculas de luz en el cero infinito,
solo el tránsito es nuestro y el tránsito lo es todo:
la vida y sus atajos,
los disfraces,
los enredos de amor con su cohorte
de síes-noes, arrumacos,
trampantojos sin cuento, retrocesos, mentiras,
húmedos desencuentros, vuelta-la-burra-al-trigo,
y total para nada, para que siga el mundo
girando.
Y el destiempo a la vuelta de la esquina.

Mas el animal sigue
mirándonos, ajeno,
como si comprendiera lo absurdo de los nombres
con que nos figuramos
para una transcendencia que se sustenta en nada.

y 3

Y ahora, dulce carne
sangrante de mi nombre,
canal de res latiendo al sol, ¿qué esperas
eludir eludiendo
la epifanía del dolor?
Cuando la efervescencia de la noche
agilice tus ojos y no halles asidero
para tu corazón defenestrado
¿qué nombre invocarás, árbol escrito
en la agenda del hacha?
Detén la sedación falaz del sueño
y pregúntate: ¿dónde,
dónde el dolor, fermento
único que amalgama
carne y afán en que panificamos?
Las alas del dolor son nuestras alas,
somos dolor como no somos ángeles.
Siéntele caminar
vida arriba contigo
-tan cálido el dolor-,
la humedad de su mano en tu cintura,
piadoso como suele y compasivo.
Siéntele y vive. Vive contra todo.
Contra ti mismo. Y gózate:
celos, envés, envidia,
utopía del ángel.
Abrásate en la llama del dolor
y sé tiempo en el tiempo,
agua en el agua,
brisa en la brisa, pájaro en los pájaros.
Solo tú eres
ilimitada música, palabra en el origen
de la palabra. Dale
nombre a tu nombre y sé tu dios en fin
sin miedo ni esperanza:
porque
tuyo es ningún futuro.
Amén,
amén.

 

El jardín de atrás (Antonio López, 1969)

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Marzo: la luz dudosa,
el aire adormecido y la mirada presa
en un frutal de flor madrugadora,
ceniciento el terrazgo
y sus elementales esqueletos
en el hondo silencio de la espera...
¿Amanece? ¿Anochece?
Extramuros, el cielo
lila y gris acapara
la escasa luz que alienta en lo que vemos
y la acumula
en la chopera que verdece. Todo
dormita en la inminencia
de una primaveral metamorfosis.

Bien, admirable Antonio;
pintado está por ti lo eterno del instante
y cuanto en él concluye: la finita
mirada en que nos vemos sin sabernos
tú y yo -razón de ser de lo acabado-.
Como supervivientes persuadidos
de nuestra propia muerte deberíamos
sacar un par de sillas
a este jardín de atrás y junto al muro
sentarnos a mirar lo que tus ojos vieron,
derivar las palabras que debieron decirse
pero faltó el valor y pronunciarlas
ahora, entre dos luces, tú y yo, desconociéndonos.

Hablemos, por ejemplo, de la música.
Los pájaros, el tiempo
del trino, la memoria donde habita
la música... ¿Qué sabes más libre que la música?
No es materia ni vínculo,
con ella ni se escribe ni se pinta,
es abstracción, como lo amado al límite.
¿Física? ¿Metafísica? La música
en sí propia reside
y alberga su contario más sentido y recóndito:
el silencio, que nunca está callado.
De ese hontanar procede, en él se vive,
de su alfaguara crece y desarrolla
su caudaloso discurrir y en él
finalmente reposa y se diluye.
¿Por qué, dime, el silencio en cuanto pintas?
¿Es porque amas la música? Los pájaros
del nido que asolaste ¿dónde trinan?
¿En qué rama de qué árbol
de qué cuadro te anidan y persiten?
¿Por cuáles alas
transita ese pintor que te recorre
en la encendida noche de tus ojos?

Yo soy el ciego
espectador que mira y no comprende
y se refugia en las palabras. Tú,
con no menor ceguera, manipulas
la luz de tu mirada y la traicionas
en la especulación de las texturas
y el artificio del color.
Mas, como el arte es largo,
la vida en él acaba acomodándose.

Y así, sin hacer ruido,
ni sinceros ni libres, recorremos
nuestro jardín de atrás hasta el momento
del crudo despertar y ¡zas!: los diosecillos
que fuimos se desinflan y un paisaje
sobreviene y nos toma y nos ubica
en el país remoto de las alas
cuando pasó ya el tiempo de volar.

Los pájaros que fuimos... Un buen día
el agua torna al agua, el tiempo al tiempo,
el pintor al pintor y el poeta al abismo.
al menos el color es asidero,
cercana calidez, caleidoscopio
de luciérnagas y fugacidades,
brillos en fin para la soledad.
Pero ¿qué es la palabra
sino figuración,
mentira,
piedra contra el vencido,
tronco del poderoso,
condena del que nace condenado?
Y en su mejor versión, orfebre de los sueños,
¿qué palabra no labra su infortunio
después de pronunciada,
agua llovida que un regato lleva
a la orfandad de los significados?

Marzo: la luz dudosa,
el aire adormecido,
las mimosas del tiempo con su flor amarilla
que no pintaste pero están ahí...
¡Ah, qué inútil,
pintor de solitarias plenitudes,
ir desvelando enigmas
como quien abre puertas a la luz!
Sellada claridad y ancilar mano
urdirán tu ceguera y tu pintura
mientras detrás del alto
tapial de tu jardín la primavera
despereza sus ritos ancestrales.
¿La música, los pájaros?...
Tenemos
los dos la edad precisa para saber que no hay
otra jardín de atrás sino el que sigue
labrando la memoria.

 

Actualizado (Lunes, 02 de Mayo de 2016 12:12)